Página 12, martes 10 de enero de 2012
Por Cristina Fernández *
No se puede hacer un análisis profundo y exhaustivo de la
violencia de género si no se toma en cuenta cómo afecta a niños, niñas y
adolescentes, al mismo tiempo que a las mujeres adultas.
Primer caso: tenía 17 años y un padre violento. Vivía en una
provincia conservadora del interior.
La familia pertenecía a una comunidad en la que la violencia
de todo tipo era moneda corriente y aceptada.
Cinco meses antes de cumplir los 18 se fue de la casa.
Jueces todavía llamados “de menores”, un anacronismo desde la vigencia de la
Ley 26.061 de Protección Integral de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes,
la devolvieron a su casa. Los jueces actuaron con fuerzas policiales
provinciales para las que la “fuga de hogar” es casi un delito penal.
La adolescente esperó pacientemente, entre golpes, los cinco
meses que le restaban para la mayoría de edad y, cuando cumplió los 18, nadie
supo nunca más de ella.
El segundo caso empieza con una trompada.
–Sos una puta –le dijo el marido a la mujer–. Y la trompada
le arrancó el diente.
Harta, humillada, lejos de su país, tomó a su bebé de un año
y se fue.
Con la excusa de buscar a su hijo para dar con ella, el
golpeador argumentó ante la Justicia impedimento de contacto. Pero nunca la
encontró. Y ella, ya más fuerte y más segura porque estaba lejos de él, pidió
ayuda al Estado y salvó su vida.
Tercer caso: no pudo interpretar las innumerables alertas
que se le abrieron. Tal vez porque nunca pensó que el padre de su hijo menor
podía ser capaz de semejante crueldad cuando prometía golpearla, y golpearla
fuerte.
Su hijo mayor, nacido de una pareja anterior, apareció
muerto en un descampado. Había podido darle el golpe más certero.
En lo que militantes del colectivo feminista dan en llamar
“femicidio vinculado”, la agresión masculina alcanza su punto máximo de
violencia contra las mujeres sin llegar a su eliminación física. Pero como el
asesinato se comete sobre el hijo o la hija para producir un daño explícito a
la mujer, en el femicidio vinculado la relación niñez-género se hace más nítida.
Es un grito que a todas luces debe ser escuchado sin los prejuicios que vienen
del patronato y del patriarcado.
Patronato es la institución que establece que las personas
menores de edad sean consideradas “objetos de protección” y no “sujetos de
derechos”. Patriarcado es la institución según la cual las mujeres deben ser
consideradas “objetos de protección” y no “sujetos de derechos”. En la
fundamentación de ambas, como doctrinas y como prácticas sociales, reside la
supuesta protección de “seres inferiores”, incapaces por sí mismos de ejercer
plenamente sus derechos.
Si patriarcado y patronato van de la mano, si el origen es
el “pater”, si el patronato priva a los niños, niñas y adolescentes de derechos
y el patriarcado priva a las mujeres de derechos; si las sociedades
patriarcales son aquellas que consideran al patronato como la forma de
“proteger” a los “menores” y al sometimiento como la forma de “silenciar” a las
mujeres, entonces las respuestas institucionales a la violencia de género deben
deslizarse por los caminos de la niñez. De ninguna manera pueden mantenerse
aisladas.
Las adolescentes que abandonan voluntariamente sus hogares
lo hacen siempre inducidas por la arbitrariedad patriarcal, que llega a los
extremos de la violencia física. A veces la violencia no es sólo física pero no
por ello es menos violenta.
Las mujeres que logran huir llevándose a sus hijos o hijas
escapan de la violencia patriarcal, que se manifiesta de varias formas
distintas: simbólica, sexual, física o económica. “¿Para qué me iba a quedar si
me sacaba toda la plata?”, decía ella en estado de pánico. “No quería que mi
hijo pasara por lo mismo.” En la respuesta a esta violencia que no se ve,
muchas mujeres comienzan a divisar la posibilidad de supervivencia propia y la
de sus hijos.
El “caso Tomás” fue un ejemplo de femicidio vinculado que
llegó a los medios. Pero no es el único. El afán de destrucción total de una
mujer corporizado en asesinarle a un hijo, da prueba cabal de que niñez y
género deben ser abordados en forma integral. No se puede trabajar con
problemáticas de niñez perdiendo de vista la perspectiva de género. Y no se
puede construir el camino de la conciencia de género si no se atiende al hecho
de que hay otras víctimas, además de las mujeres. El perfil de la violencia en
el ámbito de lo privado siempre roza a niños, niñas y adolescentes.
La maternidad es una construcción social. La infancia y el
género también lo son. La resistencia a la violencia doméstica debe ser
construcción de un colectivo único, feminista y no feminista, cuya única
bandera sea la protección de derechos.
* Coordinadora del Registro Nacional de Información de
Personas Menores Extraviadas de la Secretaría de Derechos Humanos.
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